La iniciación
Inmersos en una sociedad acelerada, que avanza a toda velocidad. Una sociedad que valora el esfuerzo, la dedicación extrema, el trabajo ininterrumpido y la concentración en los resultados; la pausa se convierte en un privilegio que solo podemos permitirnos después de haber trabajado arduamente.
Estamos tan enfocados en el mundo exterior que rara vez nos tomamos el tiempo para mirarnos a nosotros mismos. El ruido constante del entorno a menudo nos impide escuchar lo que grita desde nuestro interior.
Es solo en situaciones extremas, generalmente impuestas desde el exterior o por nuestro propio cuerpo, que logramos detenernos. Ya sea un accidente, una enfermedad, la pérdida de un ser querido, la falta de empleo, o una pandemia… estas circunstancias nos obligan a mirar hacia nuestro interior y recordar que hay asuntos pendientes por atender. En esos momentos, la quietud y el silencio permiten que la voz que ha estado gritando durante años finalmente sea escuchada.
La primera mirada hacia nuestro interior puede resultar aterradora, inquietante y angustiante. La primera voz que alcanzamos a escuchar puede sonar estridente y ser confusa. Algo nos está hablando, algo nos está habitando, pero no logramos verlo ni escucharlo con claridad; y, en la mayoría de los casos, preferimos evitar enfrentarlo.
El primer encuentro suele ser confuso y doloroso, y puede ir acompañado de tristeza, impotencia, ansiedad y enojo
Sostener la mirada en lo que emerge, mantener la atención en lo que habla, requiere valentía, ya que tiene mucho que expresar, mucho por mostrar, y no todo es luminoso. La mayoría de lo que se revela tiene que ver con lo que tratamos de ocultar, ignorar o pasar por alto, ya sea porque resulta incómodo o doloroso.
El dolor y la incomodidad, son en muchos casos, la iniciación al proceso de autoconocimiento, al camino de vuelta a nosotros mismos, el boleto de regreso a casa.
La vida nos incomoda con el único propósito de sacudirnos, y con cada sacudida, caen las máscaras y artificios que hemos estado usando para evadirnos. En este momento, al mirarte de frente, tienes la oportunidad de mantener la mirada o de evadirte una vez más. Con la promesa que si mantienes la mirada, incluso si el proceso es doloroso, saldrás más auténtico e integrado. Con la advertenica que, si decides evadirte nuevamente, la próxima sacudida será aún más intensa, reduciendo las posibilidades de que vuelvas a ocultarte tras una máscara.
Sin la máscara del acelere, sin la máscara del trabajador/a incansable, sin la máscara del esposo/a entregado 24/7, sin la mascara del padre/madre abnegada, del profesional ocupado… quedas tú desnudo ante ti, quedan tus heridas abiertas pidiendo ser sanadas, queda tu niño interior pidiendo ser atendido. Y tú ¿estás listo para emprender el viaje? ¿eliges sostener la mirada o eliges evadirte?